ntenté disfrazarme de muerto, me pinté unas ojeras, pero nadie se dio cuenta. No obstante, no me importó. De hecho, puede que hasta me hiciera gracia empezar noviembre así. Fracasando una vez más. No sé por qué, pero siempre suelo tener sensación de fracaso en noviembre. No es un mes muy alegre. Y me encanta. Será por eso, porque no es muy alegre. En fin, como estaba aburrido, me asomé a la ventana y vi a unos niños con unas máscaras horribles martirizando a sus jóvenes madres. Pensé: la sociedad nos impone importancias ficticias y nos las comemos con patatas. Luego quise borrarme las ojeras con el pañuelo, pero también fracasé en eso. De todas formas, hay una misteriosa felicidad en el fracaso. El éxito es otra de esas ficciones impuestas que os decía: solo es una máscara más. El fracaso es verdadero. Es autentico. No hay nada más autentico que el fracaso. Por eso dura hasta el final. Y cada cual goza del suyo. Cada cual fracasa a su modo. Que suele ser un modo recurrente y repetitivo, claro. Desde el punto de vista de un escritor, no hay nada más hermoso que desenmascarar la forma en que fracasan sus personajes: es lo que los hace amables, de hecho. Y lo mismo podría decirse de los políticos. Ver la forma en que fracasa tu alcalde, por ejemplo. Una y otra vez. Eso es bonito. Y con el tiempo, puede incluso acabar resultando enternecedor. Un día te falta y lo echas de menos. ¿Qué pasó con aquel viejo alcalde tan entrañable que un día decía una cosa y luego hacía la contraria? Noviembre tiene esa luz. Diciembre es un mes falso, te engaña de principio a fin: mucha gente lo odia. Pero noviembre es de verdad. No engaña. Es un mes metafísico porque apela a tu verdad profunda. Que no es otra que el fracaso, claro. Tener una buena relación (o incluso una pequeña amistad) con el propio fracaso es lo mejor que te puede pasar, creo. Ese es mi mensaje de hoy. Y ahora, a ver cómo me quito yo estas ojeras.