n un rincón de la plaza estoy sentado un día más, viendo fluir la vida a media mañana. Un tipo toca el acordeón. Luego pasan dos chicas riendo y yo me quedo mirándolas como por descuido, lo cual es perfecto. El ser humano está condenado a ser expulsado del paraíso constantemente, pienso. Entonces, se me aparece el típico amigo de toda la vida que acaba de jubilarse. Hola, acabo de jubilarme, dice. Siempre me han interesado los ociosos, digo yo. ¿En qué sentido?, pregunta. Seré breve: se puede envejecer mal o muy mal. Hay que buscarse un hobby. Entonces confiesa: soy ornitólogo aficionado. Aquí abro un inciso para constatar que hay una plaga de ornitólogos aficionados y sigo con el relato. Te gustan los pájaros, eso es estupendo, le animo. He oído que a cierta gente laboriosa, la ociosidad repentina puede resultarle muy perturbadora. Me extrañaría que te ocurriera eso, le digo. Es un elogio, añado. Y bueno, él me cuenta que se ha comprado unos prismáticos y que ha visto un martín pescador cerca del puente de la Magdalena. Le he hecho algunas fotos, dice. También hay una epidemia de fotógrafos, claro. En fin, una de las cosas que te pueden suceder y que, de hecho, te van a suceder después de la jubilación es pensar que lo mejor ya ha pasado. Pero hay que luchar contra ese noble pensamiento. Porque hay que combatirlo como sea. A sabiendas de que es cierto. Y no es fácil. En resumen, autoengañarse es un logro, ese es mi mensaje. Acto seguido, ya estamos hablando de la canción de eurovisión. Yo vuelvo loquitos a todos los daddies, yo siempre primera nunca secundary, apenas hago doom-doom con mi boom-boom y ya les tengo dando zoom-zoom. Y aquí empieza el diálogo absurdo: Él dice: el poliamor se expande. Yo digo: todo se expande, la soledad también se expande. Él dice: puede que el poliamor sea una farsa. Yo digo: a partir de cierta edad todo es una farsa. Podría seguir, pero afortunadamente no hay sitio.