Colirios para tratamientos oculares que provocan el crecimiento de las pestañas. Cremas formuladas para reducir cicatrices que se convierten en líder antiestrías. Pastillas azules para la hipertensión que garantizan erecciones. El mercado de la salud está repleto de productos a los que el uso descubre una segunda vida mucho más expansiva que la primera. Nos consta que en su aportación a la salud pública las compañías farmacéuticas se dejan guiar más por el espíritu del IBEX 35 que por el del bien común pero hay casos que te sacuden como un terremoto nivel 7. Los laboratorios Pfizer descubrieron en 2015 que su medicamento para la artritis reumatoide Enbrel generaba efectos beneficiosos en la inflamación del cerebro asociada al alzhéimer. Tanto que podría prevenir, tratar y retrasar su evolución en dos de cada tres casos. ¡Brutal! De verificarse, haría historia en la investigación científica y a escala humana abriría una puerta enorme a la esperanza para los familiares de los 33 millones de enfermos de alzhéimer que existen hoy en el mundo y para el resto de la Humanidad, porque cada 3 segundos se diagnostica una nueva demencia y nadie está libre de esta ruleta rusa. Bien. ¿Qué hizo Pfizer? Callarse. Guardarse la pepita de oro. ¿Por qué? Según acaba de publicar The Washington Post porque los ensayos clínicos necesarios para certificar esos efectos cuestan 80 millones de dólares. Solo en el Estado español Enbrel facturó 169 millones de euros en 2016. El año pasado, Pfizer decidió finalmente no investigar y cerró su división de neurología. Mi ignorancia se pregunta, ¿no es posible una alianza entre farmacéuticas para compartir patente y “gasto”? Y beneficios. Porque está claro que la facturación se dispararía. Pfizer descubrió el Viagra, algo sabe de esto.