Recoger ropa, zapatos y juguetes que alfombran la casa. Bajar al mercado, al súper, a la ferretería. Preparar la comida y pensar en la cena para después pasar de la potencia al acto y volver a cocinar. Fregar o cargar el lavavajillas. Limpiar el baño. Alimentar a la lavadora, tender lo que regurgita, recogerlo y plancharlo. Llevar a tus hijos al colegio, prepararles la merienda y recogerles. Acompañarles a robótica, danza, pintura, chino, baloncesto. Pasar la aspiradora, la mopa, la escoba o todo, que hay gente muy maniática, muy asmática o ambas cosas. Duchar a tu madre, cambiarle los pañales, darle la medicación. Vestir a tu padre. Acompañarle al médico. Dar un paseo con ellos para que se aireen, charlen o escuchen otras voces. Tradúcelo en tiempo y súmalo. Extrapólalo a todo el Estado. ¿Total? 130 millones de horas diarias. Al año, el trabajo de 16 millones de personas en jornada laboral de 8 horas. Te sonará el dato. Lo ha hecho público Intermon Oxfam en su estudio esta semana. 16 millones de personas son un tercio de todas las que viven en España, incluidas menores de edad, que vamos a pensar que no trabajan. En nuestro modelo económico, en el que tiempo = dinero, esa legión de cuidadoras -infinitamente más mujeres- que no cobran un euro por su trabajo de ca-da-dí-a equivale al 14,9% del PIB español. Si su dato es correcto, quiere decir que todas las personas que se dedican sin sueldo a padres, hijos y hogar aportan a la riqueza estatal lo mismo que todo el sector turístico. Más que la construcción. Tanto como la suma de los servicios financieros, la agricultura y la minería. Se puede cuantificar, pero ni se ve, ni se valora, ni se paga. Hace mucho ya que es hora de buscar otro modelo social y económico en el que el enfoque humano y este trabajo todavía mayoritariamente femenino se tenga en cuenta.