Anteayer entró en chirona uno que fue vicepresidente de España y ministro de Economía y Hacienda durante casi una década. No era un ujier. Aún sigue en ella otro que fue ministro de Trabajo, y a ratos la visita un ministro de Medio Ambiente del mismo gabinete. Otros muchos, casi todos, esperan juicio, y su extensa colección de delitos cabe resumirla así: robar. Antes la pisaron un ministro de Interior, y ministro de Transportes, Turismo y Comunicaciones, y un Secretario de Estado para la Seguridad, y un Director general de la Guardia Civil, y otra gente de postín que añadió al verbo original otros dos más feos: secuestrar y asesinar.

Era la elite pública del país cuando lo dirigieron sus dos más afamados estadistas. De ahí para abajo la lista de delitos cometidos es tan larga como la de cargos implicados. Delegados de Gobierno, virreyes autonómicos, banqueros provinciales, diputados, alcaldes y, en fin, incluso un yerno está a la sombra. Para los amigos de la novelería tampoco falta pienso: en esta corta historia democrática hay desde calzoncillos en Laos hasta prostitutos menores, pasando por cucarachas inflables -“me las follo cuando quiero”-, farlopa a cuenta de parados y papamóvil hecho negocio.

Un país engancha por amor o por deber, porque mola o porque no queda otra. Y aun así se comprende aquella preocupación casi natural de Pío Baroja: “Yo quisiera que España fuera el mejor rincón del mundo, y el País Vasco, el mejor rincón de España”. Claro que también decía carecer del “patriotismo de mentir”, ese que hoy minusvalora la negra realidad y se enfrenta a los tibios con una sentencia ya antológica: “A ver, ¿qué pone en tu carné?”.