uando Gregorio Morán soltaba sus Sabatinas intempestivas en La Vanguardia, el director adjunto del diario, Luis Foix, las resumía diciendo "el sábado, cabreo". Sin duda lo mismo ocurrirá a menudo con mis letras, que enfadarán a quien las lea, sea jefe o peatón. Además, supongo, de tarde en tarde acertaré, que hasta MillyVanilli ganó un Grammy. Ejercer de columnista e intentar caer bien es tarea en vano, pues basta sugerir aquí que Ermua es feo para que algún vecino, con todo su derecho, piense que quien lo afirma es imbécil y recuerde la afrenta dentro de una década. Sin remedio, quien camina durante años entre la gente acaba pisando callos. Resulta ilusorio pretender que nos amen, y absurdo exigir que nos sigan leyendo y, sobre todo, pagando.

Ahora el gremio de plumillas se ha indignado porque suscriptores de El País piden al director que prescinda del articulista Félix de Azúa. Al parecer, la libertad de expresión obliga a la empresa a mantener una tribuna que por lo que sea, y por lo que es, quizás ya no interesa a sus clientes. Por lo visto, a quienes opinamos en los medios se nos debe un privilegio del que carecen los fruteros y las informáticas, las horticultoras y los mecánicos: el de conservar para siempre nuestro espacio como si fuera un jardín particular, con independencia del criterio de quien nos lo cede. Aconsejaba Josep Pla no pecar de excesiva bondad al escribir, porque así es imposible que el lector abra los ojos. Yo creo que tenía razón, pero también la tiene quien decide hacer con su dinero lo que le plazca, sea comprar el periódico porque uno incordia o no comprarlo precisamente por eso.