raga elevó a Rajoy a la vicepresidencia de la Xunta y le regaló tres paternales consejos: "Joven, adelgace, cásese y aprenda gallego". Para enflacar el discípulo se inventó una disciplina que con algo de ambos no es correr ni caminar, adaptación horizontal del ni sube ni baja. Para la boda esperó una década y para la lengua vernácula no ha hecho nada desde entonces, 1986, y eso que se ha ahorrado. Y no me refiero al aprendizaje, sino al desaprendizaje, pues tal poda de sí mismo se le exige a Feijoo en 2022. Madurito, cachas, desposado, en él todo parece en orden salvo su mera galleguidad, por lo visto desmedida para conquistar la metrópoli. Yo la juzgaba tibia y difusa, gris y contenida, pero aquí cualquier muñeira es un exceso como en Hollywood Antonio Banderas es persona de color.

Este peaje de una supuesta neutralidad cultural, y que no se te escape un deje cantarín, es ejemplo de la desconfianza con que se mira a la periferia, como si fuera imposible tener visión de Estado en la costa. Esta tabula rasa donde el cimiento siempre es Madrid y nunca Vigo muestra que muchos aman su patria no por lo que es, sino por lo que sueñan que es: más que un puzle cosido entre distintos, una mala copia del kilómetro cero, multiplicada por los medios hasta sentenciar que un gallego solo puede representar a España dejando bastante de serlo, despojándose del origen como caspa, roña, fiemo. El bofetón de Will Smith es un chiste comparado con el de Feijoo si a este se le ocurre algo tan terrible, tan irresponsable, tan inconcebible, como no disimular quién es: un gallego, con su poco de acento y miaja de otredad.