l pasado 9 de agosto el IPCC dio a conocer la primera entrega del sexto informe de evaluación confirmando todos y cada unos de los informes anteriores, pero con más datos, modelos de mayor resolución y, sobre todo, con una mayor preocupación. El primero de estos informes se publicó hace ya 31 años, así que no podemos excusarnos en que no lo hayan avisado antes. Los efectos del cambio climático se dan ya en todo el mundo, se están intensificando y se aceleran, algo sin precedentes en la historia climática de nuestro planeta en los últimos cien mil años. Este informe precede a otro que se publicará en 2022, con lo que parecía que estos avisos científicos iban a quedar sin más como la típica monserga que la ciencia climática viene haciendo desde hace decenios, pero que preocupa poco en general al poder económico y político. El segundo de los informes, sin embargo, suele hacer más pupa, porque es el que establece las consecuencias y los posibles desarrollos que enfrentamos a corto y medio plazo. Y es el que más tarda siempre en publicarse pues la diplomacia se empeña en maquillar y suavizar las conclusiones para que puedan presentarse sin demasiado sonrojo pero tampoco sin demasiado pánico. Algo ha cambiado, sin embargo, porque se ha filtrado ya su contenido (no definitivo, claro). Y se entiende por qué hay que filtrarlo y adelantar el debate social: el informe concluye hay que ponerse las pilas ya: solo una urgente descarbonización de las fuentes de energía, y un replanteamiento de toda la economía basada en combustibles fósiles, es decir el desmantelamiento del capitalismo extractivo que sufrimos, puede facilitar que nos quedemos dentro de los 2 grados de subida global de la temperatura que permitiría sobrevivir nuestra civilización. Es una emergencia pero ¿responderemos a tiempo?