a imagen de los aviones chocando contra las Torres Gemelas en septiembre de 2001, ahora que se reemite para ilustrar la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán, sigue resultando magnética y activadora. Es verla y recordar dónde estábamos, con quién y qué hacíamos cuando conocimos lo sucedido en Nueva York.

La imagen más repetida en la actualidad presenta una gran similaridad formal. Es también un cuerpo que penetra en otro, aunque con la finalidad contraria, porque el objeto invasivo transporta e introduce protección. Retendremos esos brazos entregados que reciben vacunas. Bienvenidas sean.

El impacto de la pandemia superará con creces la magnitud del primer recuerdo. Se dice que será similar o mayor al de la Segunda Guerra Mundial. Incluso quienes no tienen mayor conciencia de la situación, como las niñas y niños pequeños que no han conocido un mundo sin mascarillas ni restricciones y están creciendo con pocos contactos espontáneos reciben miles de mensajes que el resto de la población no recibió a su edad. ¿Serán diferentes? Aún es pronto para saberlo, pero este tiempo dará paso al del conocimiento de sus multiformes consecuencias. El domingo escuchamos a una cría de diez años comentar a sus amigas que ahora su vida era gris. U, que tiene casi dieciocho está segura de que le ha tocado la peor época para ser joven. C se esfuerza en sonreír con los ojos a los bebés que van en silleta cuando va en la villavesa. Al hilo, constatamos que hay un porcentaje de población que trabaja para el virus. Horas sueltas, seguramente, pero no hacen falta más. Mientras, otro arrastra una pesadumbre pudorosa y esforzada, un esto es lo que hay, y en otro sector la irritación o la apatía son el caldo de cultivo perfecto para todos los demás males.