s sabido que hay negocios que tiran, capaces de surfear las crisis, incluso negocios exitosos que van como un tiro y se estudian en las universidades aunque vendan productos con amplio margen de mejora.

En esto estaba mientras miraba perchas y potros llenos de ropa de colorines. No me gusta ir a comprar ropa, no disfruto. Voy como quien va a por lejía. Si hace falta se va. Pero hubo que acompañar a I y pasamos la mañana. Hace años era peor porque hacía mala leche. Ahora me dejo llevar y vegeto como en un aeropuerto. Me siento en los probadores que tienen banqueta y pienso en mis cosas hasta que se solicita mi opinión. La doy y ya. Me quitan tanta energía las tiendas que no me da ni para desabrocharme el abrigo aunque pase calor.

Que me pierdo. Estaba en los productos mejorables, por ejemplo, jerseys que hacen bolas y la bola, por ahora, no es bella, vestidos derivados del petróleo que no abrigan en invierno pero que inhibirán la transpiración en cualquier época del año. El otro día, en una cola, me di cuenta que si alguien ardía iba a ser difícil sofocar el fuego con nuestros plumíferos. Cosas que se me ocurren. Por ir terminando, seguro que tienen identificada la camiseta giróvaga, esa que se compra con las costuras en su sitio pero a la primera lavada hacen un quiebro y es imposible doblarla decentemente. Sí, ¿no? Hablo de estas prendas porque no soy Garzón y lo que yo diga, pues eso. Me pueden contestar que qué espero si compro ahí, que no es lo mismo un cerdo criado como un príncipe que otro de una gran explotación ganadera o macrogranja, que viene a ser lo mismo, y les contestaré que está claro. Son cosas sabidas.