En realidad nunca se fueron, están más presentes ahora que nunca, convertidas en corbata que muta en soga de ahorcado, garrote y navaja trapacera para quien no comparta esos entusiasmos y esos tumultos. Lástima. Y como no comulgues con ellos, eres de la Anti-España; mal baldón ese, en tierra de Caín equivale a una expatriación en propia casa (en el mejor de los casos), a un sambenito y a la muerte civil si las cosas pasan a mayores, que suelen pasar.

A los dos días de hacerse público que la unidad de la Guardia Civil encargada de la corrupción aportaba pruebas de la grosera financiación ilegal del Partido Popular (que debería costarle la ilegalización), este convocaba una manifestación falsamente patriótica junto con sus socios de la derecha reaccionaria y los espontáneos del brazo fascista en alto, al más puro estilo franquista, poniendo autobuses para engatusar a excursionistas, que ya no sabemos quién paga. ¿Dineros públicos hechos privados?

No se trata de la cuestión catalana, se trata de echar al presidente socialista a como sea, con tumulto y falsedades, formando un bloque de derechas que invita a la confrontación, no desde luego al convenio y al compromiso pacificador. Estaría bien vivir una política que no consistiera en meterse el cuerno, en un pulso permanente de posiciones irreconciliables. Aquí no se trata de pactar, sino de traer al enemigo a morir al palo, y cuanto más cruel sea el arrastre, mejor. ¿Concordia o prietas las filas? No me cabe duda que lo segundo. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? No lo sé, pero me gustaría saberlo, por si hay un camino de regreso... o de ida a un ambiente más pacífico.

El que no acuda a esa manifa no es patriota, es un traidor a la patria, y no sé cuántas sandeces más. No hay otro país válido que el suyo, ni otra forma de entenderlo y vivirlo que la suya. Esto es algo que viene de lejos y que el agitar feroz de sus banderas enmascara apenas.

El clima es borrascoso, más que revuelto, y con él vuelven viejos modos de vida española que estaban dormidos, nunca muertos del todo. Solo así se puede entender que una senadora del PP califique los restos de asesinados en los años que siguieron al golpe de 1936, de huesos, y se escandalice de que el gobierno, por fin, proyecte una partida presupuestaria para coadyuvar a las tareas de recuperación y darles un respiro a quienes se han venido dedicando a ellas en las peores condiciones.

Otros, con tanta o más desvergüenza, califican a esos mismos asesinados de la retaguardia cuyos huesos no han sido todavía rescatados, de muertos, así, a secas, y ponen en escena compungidos a los golpistas y a los cuneteros. Hablar de mala fe es poco. No son muertos, son asesinados, de manera alevosa, ya suficientemente documentados en gran mayoría, por mucho que los escribidores de la historia de aquella época tergiversen y hagan de sus prejuicios, sus bobaliconerías esteticistas y su ignorancia, dogmas de fe. No, la retaguardia y la posguerra fueron una infamia, las pintes como las pintes y les pongas la música de fondo que les pongas, por muchos aplausos que recojas.

Esa reescritura de la historia, en pugna con lo publicado e investigado cuando se ha podido, equivale a una escritura de afirmación ideológica del presente y a reforzar señas de identidad de la derecha: negacionismo a raudales. No se trata de escribir la historia, ni mucho menos de ofrecer datos comprobables y veraces de investigación, sino de echar a rodar consignas y falsedades: huesos dice una, muertos dice el otro con la andorga a reventar y el culazo atornillado en el mullido sillón del vivir de gorra, seguro de que va a ser aplaudido y agasajado. Hay que dulcificar el pasado y poner cortinas de humo y canapés en el presente. Ah, eso sí, contentos podemos estar de que todavía no digan que los encarcelados o exiliados de aquellos años siniestros estaban viviendo por cuenta del gobierno o de viaje de vacaciones o negocios. Un asco, sí, y una ciénaga también, pero en ella chapoteamos, nos guste o no.