La Iglesia católica descubrió enseguida que Jesús había nacido el 25 de diciembre. Que fuera la misma fecha en la que se celebraba el solsticio de invierno y el nacimiento de dioses sol como el persa Mitra, el griego Helios o el romano Apolo es casualidad, aunque algún pagano con ganas de enredar nos quiera hacer creer que se fijó esa fecha para apropiarse de religiones anteriores. Son los mismos ateuchos que dicen que la biografía de Jesús es mezcla de la de varios dioses anteriores; que Santiago tapa el Camino de las Estrellas hacia el fin del mundo (Finisterre); que la Virgen del Rocío oculta a la diosa Inanna; o, ya el colmo, que la catedral de Córdoba es una mezquita.

Pero si la Iglesia tenía sabios para descubrir cuándo nació Jesús, ¿por qué no los puso a investigar sobre el día que murió? Los paganos (qué pesaditos) dicen que el motivo es que la resurrección del Dios Sol no era en una fecha concreta, sino (otra casualidad) cuando se sigue celebrando la Resurrección: "El domingo inmediatamente posterior a la primera luna llena tras el equinoccio de marzo".

Nacer en el solsticio de invierno, morir y resucitar en el equinoccio de verano, la aureola de Jesús, la constante metáfora del cielo, la luz divina, los soles por todas partes en los templos cristianos... Si esto no es una religión solar, que vengan Ra y Helios y lo desmientan.

Y si las fechas móviles de la Semana Santa causan perplejidad, qué decir del relato bíblico. Para empezar, lo de "al tercer día" si, como mucho, pasa uno y medio. Y, para seguir, las versiones distintas de los evangelistas: que si en el sepulcro había un ángel, o dos, o un joven con una túnica blanca, o nadie; que si el terremoto que solo nombra uno; etcétera.

Con tanta fe como generosidad, podemos creer que uno de esos cuatro relatos es cierto. Pero que lo sean los cuatro es imposible. Y, claro, si tres no son veraces en ese capítulo, ¿por qué hay que creer que sí lo son en el resto de lo que cuentan...? Cuánto lío y cuántas vueltas para acabar, como siempre, adorando a esa luz que brilla en el cielo.