Cuando era adolescente, tenía un pick-up que era la envidia de mis colegas. No, no era eso que sale si pones pick up en Google y que nosotros llamábamos camioneta ranchera (sí, como las canciones de Rocío Dúrcal), sino otra cosa que nosotros llamábamos tocadiscos. Y lo usábamos para oír, a 33 rpm, discos grandes, también llamados elepés, aunque luego nos enteramos de que eran vinilos o álbumes, como los de las fotos. Y si las canciones tenían relación entre ellas, álbumes conceptuales. Tócate los pies. También le poníamos, a 45 rpm, discos pequeños, es decir, singles (esto sí que ha sobrevivido, pese a la gran competencia de hit y pese a que se lo quieren apropiar los solteros con posibles).
En ese pick up sonaban canciones, fíjate tú qué vulgaridad para nombrar a los temas o a los cortes. Al principio, de los Beatles (que pronunciábamos Bitles antes de que nos explicaran que se dice Bidels). Y lo que más molaba era el rock sinfónico, que por lo visto era rock progresivo (teniendo en cuenta por dónde anda ahora, extraña que los musicólogos no lo llamaran rock regresivo). Y tampoco estaba mal el heavy -el de Deep Purple, Led Zeppelin y, si nos apuran, hasta Jimi Hendrix- que, a qué ya lo han adivinado, no era heavy sino rock duro y, poco después, rock clásico (creíamos que tenía que pasar un siglo o así para merecer semejante etiqueta, pero ahora está barata). Eso sí, solo había un heavy, el metal, y no un centenar como ahora: doom, speed, thrash, death, white, black, power, folk, gothic, sinfónico, groove, alternativo, años 90, rap, funk, industrial, nü... (sí, he copiado la lista de Wikipedia. Si no, de qué).
Y cómo no contar que había unos magnetofones en los que sonaban cassettes pero, poco tiempo después, no se sabe porqué, el cassette era el aparato y lo que sonaba eran cintas... Lo que nunca tuve, pero oí uno ¡en una furgoneta!, son los míticos cartuchos, hermanos en la familia Fracaso del vídeo Betamax y del disco láser. Que, si llegan a triunfar, a saber cómo se llamarían ahora.