el concepto que tiene UPN de la democracia se podría calificar, utilizando un adjetivo suave, de peculiar. Básicamente consiste en que si tiene votos suficientes para gobernar una institución, aplica de manera sistemática el rodillo sin ningún miramiento hacia quien está enfrente. En esas situaciones, este modelo que tenemos aceptado para organizarnos solo merece parabienes por parte de los regionalistas, quienes despachan cualquier queja hacia su gestión con el argumento de que para mandar hay que ganárselo en las urnas. La cosa cambia, sin embargo, cuando la oposición, que goza de mayor respaldo social que el Gobierno foral, se une para sacar adelante cualquier iniciativa. Entonces, acostumbran a perder los nervios y sueltan por la boca disparates de esos que quedan para siempre en la hemeroteca y que retratan bien a quienes los pronuncian. Una alumna aventajada en esta materia es Barcina, que puso el listón a una altura difícil de superar cuando llegó a decir que el Parlamento había entrado “en una senda de locura”, simplemente porque cumple con su trabajo, que no es otro que legislar, y aprueba leyes que casi nunca son del agrado del Gobierno. El ejemplo más reciente de las malas pulgas que gasta UPN cuando la oposición reúne votos para consensuar una iniciativa lo tenemos con la Ley del Vascuence, que va a ser modificada para permitir estudiar en euskera en aquellos municipios en los que haya demanda. Pues bien, en algo tan sencillo como es brindar a toda la población navarra la oportunidad de aprender el otro idioma local, ahora reservada solo a una parte de la ciudadanía, es para la presidenta un “objetivo político” del nacionalismo vasco con el fin de “cambiar la realidad institucional de Navarra”. En fin. Esta es la manera que tiene Barcina de acatar las decisiones que se adoptan en el Parlamento por mayoría, esa que ella no tiene desde mediados de 2012, pero que pretende imponer no se sabe muy bien cómo.
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