la preocupación ya no son solo los cachetes; ahora lo que levanta sospechas son las caricias. Hemos pasado de la secuencia denuncia-proceso-suspensión de la patria potestad por propinar en público un pescozón paternal a un menor, a la denuncia-detención-petición de cárcel porque alguien ha interpretado como tocamientos obscenos (y vaya usted a saber qué perversiones más) las complicidades y mimos de un padre o una madre con un hijo o hija. El caso que ayer relatábamos en el periódico, el de la pasajera de una villavesa que denunció a un hombre porque entendía que más que carantoñas lo que estaba haciendo a su hija de 6 años rayaba -a su juicio- el abuso y el delito, esa noticia, además de estupefacción provoca recelo y aconseja precaución a la vista de la indefensión a la que se ve sometido el denunciado. Mal está confundir una torta con fines coercitivos con la agresión constante a un menor -y mal está recurrir de forma puntual a esos métodos que, sin embargo, quienes además de hijos somos padres podemos llegar a entender en algún caso...-, pero saltar esa línea y prejuzgar el contacto cariñoso de acuerdo a las normas de un código penal que cada uno redacta conforme a su moral, nos coloca a padres y madres (también a abuelos y abuelas) en una difícil tesitura. ¿Hay límite de edad para besar a un hijo o a una hija en la boca? ¿Los abrazos tienen periodo máximo de duración y margen de distancia? ¿Hay que reprimirse de darles una palmadita en el culo? Entiendo que se leen y escuchan muchas historias truculentas y quizá a la denunciante le movió un exceso de celo del que podía desconocer sus graves consecuencias; pero, de seguir así las cosas, además de las visitas al pediatra, los padres deberán pasar consulta regularmente con un juez de menores para que diagnostique si sus castigos o caricias rozan la ilegalidad. Eso o rendirnos a que la distancia con nuestros hijos no solo sea generacional, sino también jerárquica, física y afectiva.