hay un clamor ruidoso y otro silencioso. A este último apeló ayer el expresidente de la Región de Murcia Alberto Garre para pedir que Mariano Rajoy deje el campo libre en el PP a otro candidato o candidata que pueda liderar, en este eterno proceso de negociaciones, una opción de Gobierno con credibilidad para sentarse a negociar con otros partidos. Sus palabras constatan un secreto a voces (lo que también podríamos denominar en este contexto un silencio ruidoso): no son pocos en el PP los que sostienen que el líder del partido es desde hace tiempo parte sustancial del problema. Ese clamor silencioso de Garre bebe de la fuente de los Sonidos del silencio de Simon and Garfunkel, de esa frase que quizá le inspira: “...vi mil personas, tal vez más/gente que hablaba sin poder hablar/gente que oía sin poder oír...”. También les llaman la mayoría silenciosa. No tienen presencia, por voluntad propia, en lo que conocemos como opinión pública. No aparecen en los estudios de audiencia, ni en el barómetro del CIS y, probablemente, son los culpables de que en algunas ocasiones las previsiones electorales lanzadas con antelación se acaben estrellando contra la realidad del recuento de las urnas. Si nos detenemos un momento y nos aislamos del ruido -del ambiental y del mediático-, les podemos oír. Yo, ayer tarde, afiné el oído; escuché a gente harta de la falta de rigor en el reparto de ayudas sociales, que benefician a algunos que tienen medios en detrimento de otros más necesitados; a hombres cansados de ser siempre los paganos en los procesos de separación; a mujeres con carga familiar a las que se habla de igualdad pero no les dan trabajo; a becarios cuyos centros educativos consienten que hagan trabajo de personal fijo pero sin remuneración y sin límite de horas; a enfermos pendientes de consulta o de operación que desmienten los datos de las listas de espera. El clamor está ahí. Solo hay que tener disposición para escuchar.
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