Es un sentimiento muy humano el de la compasión por una persona fallecida. También el de albergar dolor de conciencia si el desaparecido es alguien con el que te has llevado mal, alguien a quien has criticado (aunque sea con fundamento y te acompañe la razón), alguien a quien has zumbado y puesto en entredicho en público. Nos pasa en ocasiones a los periodistas. Y lo vemos a diario en política. También es sabido, y es más que una frase hecha, que los disgustos matan, que esa desazón que carcome por dentro, porque está cosida como un nido de avispas a las vísceras y al alma, muchas veces acaba estallando y los efectos, en el caso más extremo, terminan por envenenar el organismo y causar su destrucción. Dicho esto, la muerte de Rita Barberá, unas horas después de prestar declaración en el Tribunal Supremo por presuntas irregularidades en el PP de Valencia, ha sido utilizado por dirigentes de su partido de manera torticera para cargar contra los rivales políticos, olvidando sus recientes litigios internos. Parece como si el tránsito de viva a muerta hubiera borrado las denuncias contra la exalcaldesa, el que su nombre apareciera en la mayoría de casos de corrupción de aquella Comunidad, que son un montón. También el último empujón al rincón -con sueldo de senadora, eso sí- por parte de los rectores del PP. Intentan confundir de manera intencionada la conmiseración impostada con la omisión calculada, el recurrido latiguillo de los velatorios -“qué buena era”- con los latigazos impresos en su biografía. Todos los muertos no son iguales. Y no todo el mundo debe reaccionar de manera uniforme, casi protocolaria, ante la muerte. Sí creo que esa sensación, mezcla de estupor por lo inesperado y de lástima por el fin de una vida, es común a todos; luego, las declaraciones, los adjetivos, lo que es cruel y lo que no lo es (desde un prisma interesado), repartir papeles de malos y buenos, es muy de uso y manejo político. Rita Barberá era parte de ese juego; una parte importante y sustancial del entramado por lo visto y leído. Y, posiblemente, quienes reclaman respeto sean hoy los más aliviados por los secretos que la difunta se lleva a la tumba.