Un recurso informativo muy eficaz para atraer la atención de la opinión pública es desempolvar de vez en cuando algún episodio de entre los numerosos escarceos amorosos de Juan Carlos I. El producto se vende solo porque de inmediato entran al trapo algunas televisiones que ya tienen cebo para ir tirando una semana en sus programas de más audiencia. Lo último viene de la mano del periodista pamplonés y polemista profesional Eduardo Inda; en su publicación digital OK Diario ha informado esta semana de que el CNI pagó con fondos reservados a la artista Bárbara Rey para que no difundiera material en el que desvelaba sus encuentros y conversaciones con el monarca. El revuelo que ha levantado el asunto ha sido mediano; la noticia ha traído a colación un largo historial de ligues del Borbón, presentados casi como exclusivas, cuando todos ellos están recogidos y documentados en libros que, como Juan Carlos I. La biografía sin silencios, de Rebeca Quintans, cuentan con nombres y apellidos las múltiples carreras del monarca detrás de unas faldas. Algo común en esa dinastía, desde los tiempos de Fernando VII, su hija Isabel II y los Alfonsos XII y XIII, que siempre sintieron una atracción fatal por las artistas.

Lo de Bárbara Rey fue siempre un secreto a voces, pero silenciado por la presión de La Zarzuela o por la autocensura de algunos medios de comunicación que guardaban la información bajo amenaza o bien la canjeaban por otra con el responsable de la Casa del Rey, que era quien se comía los marrones. Pero las continuas meteduras de pata en sus últimos días en el trono abrieron la espita y empezaron a salir Corinnas de los armarios. Ya digo que quien quiera saber más huyendo del vocerío de tertulianos puede buscar en las librerías.

La frivolidad del rey es censurable. Pero lo grave no es que tras el pitillito de después desvelara algún asunto de Estado, que también, sino que esos devaneos alegres y el posterior chantaje lo terminemos pagando entre todos. Un peaje más de esta monarquía. Y esto, de lo que se sabe. De cualquier forma, ojalá dedicaran tantos minutos de televisión a analizar su papel en el golpe del 23-F como a la nómina de sus amantes. Pero ese sigue siendo secreto de Estado.