Que no le roben la vida, es suya
Las víctimas son víctimas siempre, porque sobre ellas se ha cometido algún acto ya irremediable que atenta contra su persona, su integridad, su dignidad, tristemente a veces contra su propia vida. Y es en ellas en las que hay que poner el foco y ofrecerles todos los recursos disponibles para que traten de superar lo vivido y seguir hacia adelante. Escucharles estremece siempre, sea cual sea el horror que han padecido. No las hay de primera ni de segunda, ni de un bando ni de otro. Cada víctima lo es todo en su contexto, y lo es por lo que ha padecido, no por cómo viva con ello. Porque a veces, aunque parezca mentira, del dolor se sale y hasta se vive, aparentemente igual aunque por dentro algo siga roto. Y esa vida solo les pertenece a ellas, a las víctimas, y nadie tiene derecho a juzgar cómo tiene que ser su futuro. Si ríen o lloran. Hay víctimas que superan lo que han padecido y hay otras que nunca lo consiguen y en ese devenir del tiempo, en la necesaria urgencia de rehacer su vida, la sociedad solo podemos arroparles, nunca arrojarles a la culpa y nunca invertir los papeles para acabar dañándoles nuevamente. Es difícil no sentir escalofríos al tratar de ponernos en la piel de la joven de 18 años que el 7 de julio de 2016 denunció que unos jóvenes a los que había conocido esa misma noche la habían violado en grupo en un portal de Pamplona, donde la dejaron tirada tras robarle el móvil. Hasta ahí los hechos recogidos en la instrucción. Ella los denunció. Denunció una violación y eso es lo que se juzga, y fruto de esa denuncia hay cinco jóvenes detenidos y encarcelados acusados de ese escalofriante y duro relato de agresión sexual, jóvenes que no reconocen los hechos. Un relato tan duro que ninguna de las partes que han estado y están en el caso ha puesto nunca en duda la declaración de la víctima, su credibilidad y valentía. Es triste ver como hay quienes pretender convertir este juicio en lo que no es, como abogados, tertulianos y mal llamados periodistas con pocos escrúpulos comentan y airean las sesiones (a puerta cerrada porque quizás no necesitemos saber nada más) buscando más el morbo que la verdad. Y es muy difícil entender que el mismo Tribunal que exquisitamente ha protegido a la víctima, acepte como prueba contra ella un informe conseguido de manera inaceptable, espiándola en las redes y en la vida. Ya le robaron los 18 años con una brutal agresión, esperemos que nadie más le robe el futuro. Su vida, desde ese fatídico 7 de julio, es solo suya. Sólo lo que ocurrió esa noche está en manos de la justicia.