La última vuelta de tuerca de la patronal es fomentar los contratos de formación y aprendizaje a los parados mayores de 45 años que hayan agotado la prestación por desempleo. O sea, reconvertir en becarios a personas ya talluditas, con experiencia en la vida, muchas con carga familiar y con los primeros achaques de artritis. No solo estamos asistiendo a una nueva explotación laboral, también a una confusión en los escalones vitales que tenemos preconcebidos y asimilados. Censurado el canibalismo de la CEOE, nada hay que oponer a romper barreras y formalismos establecidos, pero vamos a tardar tiempo en adaptarnos a este nuevo contexto en el que la edad cada vez guarda menos relación con los usos sociales y culturales que hemos venido dando por buenos.
Entre bromas y veras, el cómico Quequé exponía su reflexión en un monólogo sobre ese estado de indefinición que, por ejemplo, tienen los que transitan entre los 40 y los 50 años: “Estamos en una etapa de la vida muy complicada. Qué somos, ¿jóvenes..? Estamos en la Tierra Media: o planta joven o caballeros. ¿Qué somos: viejóvenes, adultescentes...?”. Ahí quedan las preguntas. Otra cosa es ofrecer una respuesta ajustada. La definición y la identificación ya están profusamente enmarañadas cuando comienzan ahora a generarse becarios de más de 45 años. Hay otros muchos casos en los que no quedan claros los límites; por ejemplo, la extensión ya asumida de la condición de joven a personas que superan los 30 años; la pretensión de que un trabajador de 74 años no sea un jubilado sino un empleado activo; o ese caso reciente de un estudiante de Erasmus de 80 años.
Escucho a padres y madres quejarse de que sus hijos de veintilargos años no tienen ninguna intención de independizarse y que están atrincherados en el domicilio familiar. Para qué, si saben que al ritmo que van las cosas, a los 40 serán todavía jóvenes, a los 50 becarios, a los 70 trabajadores por cuenta ajena y a los 80 pueden ir a la universidad. Es lo que tiene prolongar la esperanza de vida hasta los cien años: que la CEOE ve el negocio redondo.