Síguenos en redes sociales:

En soledad

La soledad es una opción de vida; unas veces elegida, otras muchas no. Una decisión individual o los contratiempos de la existencia (la progresiva desaparición o el alejamiento de las personas allegadas, cuando no el puro y duro abandono familiar) llevan a afrontar en solitario una cotidianidad que en algunos casos puede tener una parte satisfactoria pero que en otros no es gratificante, sino todo lo contrario. Para estos últimos (y también, con el tiempo, para los primeros), para quienes les cuesta valerse por sí mismos y no disponen de ayuda cercana, los sistemas de atención social han desarrollado herramientas, como los medallones de teleasistencia en Navarra, que sirven para emitir señales de auxilio cuando las cosas se complican. Pero no es posible abarcar todas las necesidades de una población tan numerosa y cada vez de forma más frecuente nos encontramos noticias de una persona localizada muerta en su domicilio y nos sorprende el tiempo transcurrido desde su fallecimiento. Nadie le echó en falta.

Recientes estudios subrayan que dos millones de ancianos viven solos en el Estado (en Navarra se estima en torno a los 20.000). En una proyección a quince años vista el Instituto Nacional de Estadística avanza que la cifra alcanzará casi los seis millones; también destaca que del total de la población, uno de cada cuatro tendrá más de 65 años. Ese dibujo demográfico obliga a anticipar el futuro.

Es indiscutible que los solitarios, conforme pasan los años, se sienten más cómodos, más seguros, en el entorno que les ha sido cercano, en su casa, y que incluso desechan la compañía ajena o el ir a vivir con familiares; o el traslado a una residencia, solución muchas veces de emergencia en un lugar donde acabar encontrando a otros solitarios. Pero hay que tomarse en serio las previsiones y esa realidad social que nos viene inexorable. Tarde o temprano la soledad nos puede alcanzar a cualquiera.