los debates mediáticos sobre los debates presidenciales han retratado por igual a periodistas y candidatos. Si me apuran, incluso más a los primeros que a los segundos. Especialmente a todos los apologistas de Rivera, que subliman su efectismo cual inspector Gadget mostrando un arsenal de elementos de agitación como si en los debates confrontaran aspirantes a mejor número circense. Todos esos hagiógrafos de la demagogia oportunista olvidan que se trata de elegir entre hipotéticos regidores de un territorio habitado por casi 47 millones de personas, necesitados por tanto de un perfil presidencial del que Rivera carece por su histrionismo y su inconsistencia programática. Nada de eso importa para el hooliganismo periodístico ávido de trillita dialéctica con la que cargar titulares y que por eso exigió a Casado que en el segundo debate recuperase su tradicional tono faltón y sobreactuado, pues en el primero protagonizó una puesta en escena más institucional enfocada al caladero de indecisos moderados desde la certeza de que los votos de Vox son suyos a efectos de investidura. Si la forofada censuró a Casado por melífluo, como para reconocer la evidencia de que Sánchez ha salido igual que como entró al doble combate televisivo siendo el púgil que arriesgaba su corona. Hasta el punto de dejar abiertos tres escenarios de gobierno: uno socialista con independientes, otro con Podemos y un tercero con Ciudadanos. Una hipótesis esta última sobre la que Iglesias edificó su estrategia, postulándose como un socio a la izquierda de fiar e insobornable por los poderes fácticos, de ahí su pose propositiva y sosegada Constitución en mano. Igual le dio este cambio de registro a la derechona mediática, con sus conclusiones redactadas anticipadamente en un intento desesperado por revertir las esquivas encuestas ahora que ya no pueden publicarse más.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
