e hecho recuento de existencias; entre botellas de agua, cartones de leche, desayunos, fruta, congelados, latas de conserva y tal, calculo que podría resistir unos diez días una situación grave de desabastecimiento. A partir de ahí, problemas. De otros recursos de urgencia ni hablo: carezco de herramientas o utensilios similares, si hay bombillas de recambio no las encuentro, no tengo pilas para las linternas y las velas son objetos prehistóricos. Porque al anuncio de una carencia de víveres se suma también el vaticinio de un gran apagón. Me he puesto en lo peor después de leer el impulso que está logrando en el Estado el preparacionismo, un movimiento que profundiza sobre cómo estar listos para sobrevivir en una situación extrema. No es nada que no vivieran nuestros ancestros; en la serie Cuéntame hay una respuesta recurrente en la abuela de la familia Alcántara: cada vez que atisba una crisis política o social en los últimos coletazos del franquismo o en los albores de la Transición, la mujer corre al supermercado para comprar de todo al grito de "vosotros no os acordáis de la guerra...".

Porque el de los preparacionistas no deja de ser un escenario prebélico, el estar dispuestos siempre para lo peor, con esa mochila de las primeras 72 horas siempre a mano. Ya sabemos que las guerras modernas no se resuelven a tiros, sino en laboratorios, despachos de magnates y generando tensiones comerciales entre las superpotencias con decisiones capaces de parar la economía de un país. Ante esto, los precavidos tienen algo de ventaja, margen que, llegado a un caso extremo, deberían defender también con armas porque el hambre no entiende de cortesías sociales y solo haría falta una señal para asaltar el Banco de Alimentos.

El preparacionismo no es ajeno a los manuales de supervivencia militar. Hay más gente de la que pensamos que tiene construido un búnker para recluirse con la familia. Llegados hasta aquí, entiendo que los seguidores más meticulosos de esta corriente asumen que nada podemos hacer como individuos para lograr un mundo mejor, más equilibrado, con menos miedos y más solidario. La reaparición de los preparacionistas es la constatación de que todo nos conduce irremisiblemente a un 'Sálvese quien pueda'.

El de los preparacionistas no deja de ser un escenario prebélico, el estar dispuestos siempre para lo peor, con la mochila de las 72 horas a mano