la dicotomía clásica entre derechas e izquierdas ha mutado en una dualidad postmoderna entre incendiarios que entienden la política como un artefacto con el que calcinar al de enfrente a la caza del voto y apagafuegos que claman en el desierto a favor del diálogo resolutivo en aras al interés general. Esta nítida tendencia se ha consolidado a raíz de la eclosión del contencioso catalán debido al fallo judicial que decreta penas de asesinato a lo que el propio tribunal sentenciador considera un delito contra el orden público en el marco de una presión política. Para empezar en el seno del independentismo mismo, donde confluye la sensata apelación del recluso Junqueras al acuerdo entre diferentes para propiciar una salida negociada con la llamada a otra consulta unilateral por parte de Torra, superado por el agravamiento de un conflicto esencialmente político pervertido por la minoría violenta y alentado sin disimulo por las derechas. Hasta el extremo de que Rivera y Abascal coinciden en prometer el encarcelamiento del president y la reactivación del artículo 155, en tanto que Casado exige como mínimo accionar la Ley de Seguridad Nacional como si los Mossos no se emplearan con idéntica contundencia que la Policía Nacional, para redoblar así un acoso que Sánchez aguanta a duras penas sin descolgar el teléfono a Torra. En tan diabólico contexto, en nada se vota por cuarta ocasión en cuatro años para dilucidar la presidencia española cuando pudo y debió articularse ya un Gobierno progresista. Pero Sánchez por Iglesias, la Moncloa sin barrer, y todos los sondeos auguran que el PP se dispara hasta rondar los cien escaños y que Vox se consolida mientras las izquierdas se quedan más o menos tal cual porque quien se despeña es Ciudadanos. El alza del flanco más a la diestra resultaba en todo caso previsible, pues la historia dicta que el voto se hace más conservador cuanta más seguridad se requiere, tanto desde la óptica del orden público como de la economía, y a la vista están los disturbios en Barcelona y las múltiples previsiones sobre la ralentización mundial. Lamentablemente habrá que volver a votar el 10-N y el drama de esa moneda al aire radica en que esta vez solo cabe elegir entre pirómanos, la cruz, y bomberos, la cara.