uesta lo suyo emitir una opinión del todo fundada sobre el año de la pandemia sin engrosar la nómina de los 110.000 navarros que han sufrido la covid ni tener una persona allegada entre las casi 1.100 fallecidas. Pero aun sin albergar los dolores de muchos ni las penas de otros tantos, el conjunto de la ciudadanía comparte una percepción de fragilidad extrema, desde la premisa de que el bicho nos acecha y de que por tanto en cualquier momento puede cambiar la suerte. En consecuencia, la primera enseñanza colectiva estriba en que no hay tiempo que perder, en que debemos aprovechar con fruición todo el que nos quede bajo el principio general de no dejar para mañana lo que se pueda hacer hoy y el muy católico dicho de que a quien madruga Dios le ayuda, de validez también para agnósticos. Además de sacarle chispas a la vida, se trata de no perderla con angustias menores, de alinear los intereses con las prioridades. Es decir, de enfocar primero lo crucial para pasar luego a lo importante, dejando para finalizar lo secundario y despreciando lo superfluo. Tanta muerte sin despedida, aunque no se haya conjugado en primera persona del singular ni del plural, nos ha recordado asímismo que cada conversación puede ser la última y que los afectos guardados tal vez no se dispensen nunca. Hemos comprendido así en toda su dimensión el valor de la familia, de las amistades mejores y de los conocidos más próximos, trascendiendo del superyo a un sentimiento grupal e incluso tribal. El concepto clave resulta el agradecimiento con quienes han esculpido nuestro carácter y nuestra memoria a lo largo de los años, pero también con esos profesionales que se han jugado el pescuezo por salvar el de los demás cuando la vacuna era un sueño en el contexto de una pesadilla de pandemia. La covid se ha erigido pues en el mejor antídoto contra el individualismo moldeado por la soberbia, con el contrapunto de mostrarnos en toda su crudeza a los humanos ajenos a la teoría de la evolución, los enajenados negacionistas y los patanes insumisos a restricciones de pura lógica. No obstante, la mayoría silenciosa ha ganado en resistencia y empatía, además de que en general somos más conscientes de lo felices que éramos antes de este virulento año. Haremos bien en no olvidarlo y todavía mejor en recuperar aquella alegría compartida en cuanto podamos.

La primera enseñanza es que no hay tiempo que perder, alineando intereses y prioridades, después de que la covid se haya erigido en el mejor antídoto contra la soberbia