mí también me ocurre. No sé muy bien qué hacer con la mascarilla cuando salgo del portal. El primer impulso es meterla en el bolsillo, a la espera de acontecimientos. Aunque enseguida se cruza alguien que la lleva puesta y el instinto de supervivencia incita raudo a colocárnosla. Si no miedo, se llama prudencia, que también guarda la viña. Y así habrá de ser este verano, en el que el ansia viva de diversión a cada oportunidad debe embridarse con la dosis justa de cordura. Si en nuestra cotidianeidad la emoción tiene que compensarse con la razón, para conducirnos con un mínimo de equilibrio, más con el advenimiento de este estío tan esperado, ya con la pauta de vacunación completa o en vías de inmunización. No se trata propiamente de renunciar a ningún plan sino justo de organizarnos aplicando el sentido común, sin caer en la tentación de las aglomeraciones jolgoriosas que tanto echamos de menos como seres sociales. Lo inteligente es anteponer la intensidad del disfrute, por el placer que provoca, a su cantidad medida por el factor tiempo. Esas citas con los amigos en las condiciones recomendables, así como los reencuentros familiares que durante tanto tiempo fueron mediante pantalla interpuesta, como escenarios principales de gozo aunque los afectos no rompan del todo. Pero muy singularmente esos íntimos momentos para solazarnos, por las emociones y los recuerdos que nos procuran, pongamos la cerveza gélida sobre la arena, las delicias de chiringuito, los baños de mar y el reposo en la tumbona mientras de fondo suenan las olas. O la dicha, solo comparable a la siesta bajo el bochorno -mejor en compañía-, de observar a pie de playa el mismo horizonte que durante meses contemplamos apoyados en la barandilla del balcón. Probablemente, este verano sea como ningún otro el de las pequeñas cosas que sin embargo en el confinamiento tanto aprendimos a valorar, cuando lo hubiéramos dado casi todo por salir sin mascarilla tan solo a dar la vuelta a la manzana. No dejemos para mañana lo que podamos hacer hoy, pero pensemos en todos los mañanas que quienes faltan creyeron ver y jamás alcanzaron. Y hagamos todo lo felices que podamos a quienes nos circundan. La covid nos ha enseñado en toda su crudeza que nunca se sabe qué vez puede resultar la última.

Hagamos todo lo felices que podamos a quienes nos circundan, pues la covid nos ha enseñado en toda su crudeza que nunca se sabe qué vez puede ser la última