odavía se escucha un día sí y otro también aquello de que todos los españoles son iguales ante la ley, lo que al turista Borbón cuyo retiro árabe pagamos a escote debe llenarne de orgullo y satisfacción en la misma medida que a la plebe de enojo y frustración. Ahora más si cabe, pues la misma Fiscalía que calificó de comisionista internacional a Juan Carlos I -siempre se puso él el primero, sí- al abrirle hasta tres investigaciones se apresta a archivarlas todas. Por este orden, las mordidas del AVE a la Meca, los regalos del multimillonario mexicano Sanginés-Krause -debidamente volatilizados por un coronel del Ejército del Aire a modo de interpuesto- y las diligencias preprocesales por la supuesta fortuna oculta en el paraíso terrenal y fiscal de Jersey. Así que el cazalotodo -ya fueran comisiones, elefantes o cortesanas a tiro -, ese rey de mano larga y picaflor de bragueta corta, quedará limpio de polvo y paja en el ámbito judicial antes de que acabe el año gracias a su inviolabilidad como jefe de Estado, a la prescripción de los presuntos delitos cometidos y a las regularizaciones tributarias realizadas ya como emérito. Un blanqueamiento este último perpetrado con total desparpajo que por sí mismo constituye un reconocimiento de culpa, al mismo nivel que el destierro oriental decretado por el actual monarca, que además le privó al padre de la asignación anual en un intento desesperado de sacarle el brillo a esa Corona impuesta por la dictadura y que el ungido por Franco enterró en el fango. El campechano se librará del banquillo, en efecto, pero el juicio popular ya lo ha sentenciado por su nula ejemplaridad en la esfera pública y también en la privada, un trincón a tiempo completo. Y con el sobreseimiento de las pesquisas fiscales el foco se situará sobre la institución, cuyo vigente titular es aun hoy impune en tanto que inimputable y el presupuesto del que vive a cuerpo de rey sigue adoleciendo de una flagrante falta de transparencia en todos sus detalles. Porque esta Monarquía Parlamentaria continúa operando en realidad como un Estado borbónico donde una familia escapa a la democracia plena, desde su restauración y en una cotidianidad caracterizada por el privilegio y el oscurantismo. En consecuencia, urge un estatuto específico y exigente para que en esta Casa Real de puertas cerradas a cal y canto al fin corra el aire, ya en ausencia de las correrías de su anterior inquilino. Y eso a expensas de la muy pendiente legitimación directa en las urnas, la mejor herencia que Felipe VI podría dejar su hija Leonor en contraposición con el fétido legado que a él le han endosado. Ciertamente, un maná para el republicanismo.

Urge un estatuto específico para que en la Casa Real de este Estado borbónico corra al fin el aire, a expensas de la muy pendiente legitimación directa en las urnas