"No me preocupan las medallas, me preocupa mi conciencia". Así se define la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, en una entrevista en El País en la que confiesa su ambición por querer cambiar la vida de "la gente de verdad". Reivindica la reforma del mercado laboral conseguida por lo que significa: dignificar el trabajo, "proteger frente al despido a muchísimos trabajadores" y acabar con los contratos basura y la precariedad en el empleo: "Propiciar empresas sanas con trabajadores sanos", admite en un mensaje casi mesiánico de arranque de año. Y tiene motivos para sacar pecho quien ha sido artífice de un acuerdo histórico que va a suponer un cambio paradigmático de las relaciones laborales. Dicen que será candidata a la presidencia del Gobierno, es posible. Mucho se debate sobre de qué lado de la izquierda caerá y si tratará de liderar una nueva alianza política, pero lo que es innegable es su talento y capacidad como negociadora que le abren todos los caminos que ella decida. En política o fuera de la política. Su popularidad se la ha ganado a pulso. No hay políticos ni políticas que resulten hoy en día tan creíbles. Ni tan cercanos o cercanas. Solo alguien que haya vivido de cerca un terreno como el que le ha tocado gestionar, la cartera de Trabajo, puede manejarse con la seguridad con la que ella se ha movido a tres bandas, entre sindicatos, patronal y Gobierno. Y sin los egos de otros vicepresidentes de su cuerda (Pablo Iglesias). De manera mucho más sibilina ha demostrado ser una gran estratega. De abogada laboralista gallega, hija de un obrero encarcelado por la Dictadura que llegó a dirigir CCOO en Galicia y militante del PC, a vicepresidenta y la ministra más popular del actual Gobierno. Solo alguien que ha peleado por los derechos de los trabajadores de los astilleros de El Ferrol puede atornillar un acuerdo de tal calado doce años después y que satisfaga a todas las partes. Y una se queda con las ganas de poder conocer el backstage de esas negociaciones. Estar detrás de una mirilla en las cientos de horas invertidas con todos los jerifaltes (seguramente en su mayoría hombres) para ver cómo alguien que puede ser temida como roja comunista, y feminista convencida, convence a los empresarios de que estamos en el mejor momento, saliendo de una pandemia, a las puertas de recibir ayudas de Europa, y con muchas capacidades para modernizar e impulsar el desarrollo económico de nuestro país, y que ese proyecto debe construirse entre todos. Y hacerlo sin estridencias ni discursos grandilocuentes. Y sin encasillarse en ninguna sigla política. Ahí lo dejo, para una serie de Netflix.