la iniciativa Euskaraldia que desde hoy y hasta el próximo 3 de diciembre -Día del Euskera- pretende comprometer a la sociedad vasca con la utilización cotidiana de nuestra lengua confronta la realidad del éxito de su recuperación con la evidente necesidad de afianzar su uso. Cuando en menos de cuatro décadas el euskera se ha convertido en referencia educativa para nuestra sociedad y ha adquirido una presencia notoria y notable en el ámbito cultural y artístico, cuando además ha logrado integrarse en los canales informativos y hasta se adecúa a la revolución digital y de las redes sociales, es preciso reconocer, sin embargo, que su penetración social aún no ha alcanzado las cotas deseables. Si bien es cierto que el euskera ha ganado 223.000 hablantes en el último cuarto de siglo -conjurando el peligro de desaparición que le venía amenazando ya antes de que Koldo Mitxelena se refiriera en Arantzazu, en 1968, a la unificación del euskera como una cuestión de vida o muerte-, también lo es que en los últimos años parece haber cambiado la inercia creciente de su presencia en la calle. La VII Medición del Uso de las Lenguas realizada por el Clúster Sociolingüístico en 2016 confirmaba que el porcentaje de vascos que utiliza el euskera en su actividad cotidiana se ha reducido del 13,7% al 12,6% en una década. Y aunque seguramente ese descenso es, al menos en parte, consecuencia de la globalización cultural, mucho más agresiva a través de las nuevas tecnologías extendidas en ese tiempo, no se puede obviar la realidad de que apenas uno de cada cinco euskaldunes tiene una red de relaciones sociales que se desarrolla preferentemente en la lingua navarrorum. Euskaraldia trata de enfrentar esa carencia y hasta el 3 de diciembre pone, persona a persona -más de 175.000 en total y 20.000 de ellas en Navarra-, oídos y voz para que estos sean solo los primeros once días de una cada vez mayor concienciación al respecto, especialmente entre esa juventud a la que por edad y educación corresponde asegurar el futuro del euskera. En el contexto navarro, en un marco de extensión de derechos cercenados por la zonificación que consagra una Ley del Vascuence que, en todo caso y mientras no se revierta, debe adecuarse a la nueva realidad sociolingüística desde el principio de no impedir, no imponer. Sin estigmatizar una de las dos lenguas oficiales de Navarra por espurios intereses partidistas de todo punto ajenos al interés general.