Extraer conclusiones definitivas de un informe como el resultante del Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes (PISA) siempre resulta aventurado. La dimensión de la muestra y su metodología, vinculado a pruebas en adolescentes de 15 años, es cuestionable si se pretende hacer de sus conclusiones un diagnóstico específico de los sistemas educativos en los que se realiza el estudio. Igualmente, extrapolar las medias siempre pierde un grado de fiabilidad. Así, las conclusiones en un primer vistazo hablarían de un deterioro global en las capacidades de los adolescentes. Hablarían, asimismo, de un nivel de la formación de los estudiantes de los cuatro herrialdes de hegoalde por encima de las medias europeas y estatales. Indicarían una pérdida de calidad en esas capacidades respecto a estudios anteriores.

En los tres ámbitos atendidos –lectura, ciencias y, en esta ocasión una atención especial a las matemáticas– tendríamos que constatar, porque así lo destaca el propio informe, que la pandemia covid-19 se ha dejado notar y que, aunque la necesidad obligó a hacer virtud de la educación no presencial, el efecto de esa distancia respecto de las aulas parece ser negativo. En cualquier caso, sería igual de peligroso atribuir en exclusiva a la pandemia el decreciente desempeño de la competencias de los estudiantes como poner en cuestión todos los sistemas que, con independencia de modelos y recursos, se han visto afectados. Los referentes europeos en la educación de calidad, aquellos sistemas educativos nórdicos a los que aspiramos a parecernos, han sufrido en la misma medida según las conclusiones de PISA.

Mirando a nuestra realidad, no hay menos recursos ni el ratio de profesores por alumno ni de estos por aula parece tener correlación en tanto el informe dibuja un escenario peor que en situaciones precedentes, con peores ratios en ambas variables por razón de la demografía. El reto parece estar más en asegurar la capacidad de aplicar el conocimiento, puesto que la información puramente memorística es mucho más accesible. Los adolescentes de todo el mundo encaran ese reto bombardeados de estímulos sin precedentes, que disputan su dedicación a la cualificación educativa. PISA es más una advertencia a la sociedad y sus prioridades que un examen a los sistemas educativos.