Los partidos de corte ultranacionalista, xenófobo y euroescéptico han logrado avances impensables en Europa hace solo unas décadas. Estas formaciones han reventado las líneas tradicionales de la política europea y han puesto en jaque los valores fundacionales de la UE. El discurso del miedo, la simplificación de problemas complejos y la demonización del “otro” han calado hondo en sectores amplios de la ciudadanía. La ultraderecha ha sabido capitalizar el malestar económico, el temor al cambio cultural y la desafección hacia las élites políticas tradicionales para presentarse como la única alternativa “auténtica”.
El giro político es inquietante pero aún más preocupante es que nadie acierte a dar con la fórmula para frenar esta ola. El futuro no está escrito, pero a estas alturas ya no vale llevarse a engaño. Estudios sobre el estado de la democracia en el mundo, certifican que cuatro de cada nueve elecciones que se celebraron el año pasado en la UE han dejado unos sistemas democráticos más debilitados. Esta misma semana, Alemania encendía la luz roja ante lo que calificó de “aterrador” incremento de los extremistas de derecha, en concreto, de los elementos más convencidos y organizados. Ignorar las señales que nos proporciona el presente no puede conducir a nada bueno. Por eso, lo más preocupante del último escándalo de corrupción que ha puesto al Gobierno de Pedro Sánchez contra las cuerdas es lo que supone de descrédito para la política tradicional y de alimento para el populismo rampante de corte ultraderechista. Desde su óptica, lo ocurrido es otro eslabón más de una larga cadena de episodios que avalan ese discurso que divide a la sociedad entre una élite corrupta y un pueblo ignorado y humillado. Seguramente, es la veta que ya está explotando para llegar a amplias capas de la sociedad a base de mensajes simples y divisivos, recurriendo para su propagación a las redes de comunicación social que con tanta habilidad manejan.
El vuelco electoral con la derecha recuperando el poder impulsada por la ultraderecha que representa Vox es hoy una realidad más cercana que nunca en el Estado español. Conviene recordar que Europa fue construida sobre las ruinas de la intolerancia y la guerra. La defensa de los valores democráticos —la solidaridad, la igualdad, la justicia— no puede ser una consigna vacía.