Hace muchos años tuve la desgracia de confiar en una compañía de teléfonos que, además de causarme los perjuicios que me hicieron dejarla, no cesa de acosarme con llamadas telefónicas sobre sus oportunidades; máxime en los últimos tiempos, quizá desesperada por perder con su maltrato a sus clientes. Ya que para este acoso no sirve la lista Robinson, y son tantas sus víctimas entre mis mismos amigos, ¿no debería protegernos de este claro abuso el Gobierno?