sé que hay una campaña electoral, importante, como todas. Pero también hay otros hechos y discursos importantes. Cada 16 de abril se celebra el Día Mundial contra la Esclavitud Infantil. Una fecha que conmemora a Iqbal Masih, un niño de 12 años asesinado en 1995 por la mafia pakistaní de los tapices. Tenía cuatro años cuando fue cedido por su familia como trabajador forzado al amo de una fábrica de alfombras a cambio de 600 rupias (12 dólares). El pequeño comenzó a trabajar más de doce horas haciendo alfombras, pero, a causa de los intereses que había puesto el amo sobre el préstamo, la deuda del padre de Iqbal fue cada vez más grande. Durante este tiempo, el niño fue golpeado salvajemente e incluso encadenado al telar. En 1992, una organización destinada a salvar niños esclavos lo liberó. Iqbal comenzó a ir a una escuela y, a la vez, puso en marcha una campaña activa para la liberación de otros niños esclavos. Pese a ser un niño, hablaba en público exponiendo su testimonio sobre la realidad de los trabajos forzados infantiles. En 1994 fue galardonado con un premio por su activismo, lo que le dio popularidad. Al año siguiente, mientras montaba en bicicleta, fue asesinado de un disparo. Desde entonces, la esclavitud infantil ha ido en aumento: casi 400 millones de niños y niñas trabajan, en todos los casos en condiciones infrahumanas como esclavos, desde los cinco años. Todo ello porque para las grandes corporaciones militares, textiles o mineras y las redes mafiosas de explotación sexual, la esclavitud infantil es un negocio. Y porque el fruto de su explotación son productos de consumo diario entre cada uno de nosotros y nosotras. Una tenebrosa capa de silencios cómplices sobre los derechos de millones de niños y niñas. En abril y en mayo, los votos también hablan de esto. Y no todos piensan ni menos aún hacen lo mismo con esos votos.