hoy se cumplen dos años del referendo del 1-O en Catalunya. Queda un inmenso montaje policial, judicial y mediático como única respuesta a aquella movilización democrática. También la sentencia pendiente contra los dirigentes catalanistas juzgados por el Tribunal Supremo, y la persecución permanente contra quienes optaron por el exilio, con el president Puigdemont como primera pieza a cazar. También la división creciente en el movimiento independentista, tanto en sus estrategias como en sus tácticas. Y sobre todo la pugna político-electoral permanente por su liderazgo. Lo último ha sido, para calentar este aniversario de hoy supongo, la detención de siete miembros de los Comités de Defensa de la República. Todo perfectamente orquestado según el proceder habitual de estas cosas en las cloacas del Estado. Un auto basado únicamente en informes policiales, detenciones con imágenes, traslado a la Audiencia Nacional, secreto de sumario que no dura ni un minuto, filtraciones de los sucesivos autos, total apoyo mediático a la operación policial y judicial, incomunicaciones, ausencia de abogados de confianza, prisión preventiva incondicional... Y poco a poco el objetivo de la operación se aclara. En el fondo aparece Puigdemont. Se habla de terrorismo y de violencia, sin que haya habido ni un acto de violencia y menos de terrorismo. De hecho, la única violencia grave documentada fue la del atentado isalamista en las Ramblas -cuyo inductor ideológico había sido colaborador del CNI-, y la violencia policial del 1-O de 2017, imágenes que hoy volverán a recorrer el mundo. Tampoco han aparecido aún pruebas objetivas que avalen acusaciones de terrorismo. Pero da igual. El balón ya está rodando. Se busca intentar de nuevo, tras dos años de fracaso, extraditar a Puigdemont, ahora implicándole en un supuesto -y tiene pinta que poco real-, caso de terrorismo. Todo se banaliza en este todo vale en el que se ha instalado un Estado que trata de ocultar su crisis política, financiera, económica e institucional bajo la excusa de Catalunya. Prefieren el chantaje, la amenaza y el insulto facilón de taberna a aceptar su responsabilidad de abordar un diálogo real para buscar soluciones democráticas. Todo irá a peor por ese camino. No sólo para Catalunya, sino para todo el Estado. Al tiempo.
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