La última gala de los Goya ha dejado una sensación extraña, agridulce, como si el cine no fuera capaz de escribir un guión de su propia realidad que resulte interesante y no interminable y tedioso. Es como si la fiesta del cine fuera perdiendo brillo y glamur, sin ganar prestigio y fuerza. Pero no comparto la idea de quienes cuestionan si es ese escaparate o no el mejor para lanzar mensajes activistas o políticos. Yo pienso que es tan válido como cualquier plataforma. Creo que el cine, como la cultura en general, tiene una de sus principales razones de ser en la agitación, en la no complacencia, en el despertar sensaciones y emociones adormecidas, en el riesgo, en ser capaz de poner voz donde demasiadas veces reina el silencio o el griterío. En el arte resulta esencial la búsqueda de la belleza, pero eso no está reñido con la crítica, con el mensaje, con el cuestionar lo que hay, dentro y fuera de la pantalla; en la ficción, que es lo que se premia, o en la realidad, que es lo que acontece sobre el escenario. No creo que ésta haya sido una gala políticamente incorrecta, más bien sobraron agradecimientos y faltaron frases para el recuerdo; las ha habido mucho más cañeras, y sin embargo, los comentarios en determinados medios y redes sociales dan que pensar no ya por qué camino va el cine y sus protagonistas, sino por dónde circula la sociedad.