ay quienes confiesan que se ha cumplido el peor de sus presagios con el coronavirus, aun sin padecerlo: que la prole quede confinada en casa, por ahora durante dos semanas aunque a saber hasta cuándo. No seré yo como padre por partida triple el que se congratule por la circunstancia, pero haríamos bien en hacer virtud de la necesidad ya que no nos queda otra. Al margen del descanso que supone prescindir de las actividades extraescolares, con ese trajín de chóferes de aquí para allá, la reclusión que impone la pandemia brinda para empezar la ocasión de poder dialogar con la descendencia, superando la dinámica habitual consistente en un interrogatorio solventado a la carrera y con respuestas monosilábicas. Más allá de establecer una comunicación asertiva para un mejor conocimiento mutuo, se nos presenta la oportunidad de hacer grupo e incluso equipo con los hijos mediante los juegos de mesa postergados en algún rincón o quehaceres colectivos como por ejemplo cocinar y por qué no repartirse las tareas domésticas. Y además no se me ocurre mejor momento para recuperar o afianzar el hábito de la lectura, visionar en familia buen cine o visitar museos a través de sus páginas web. Hasta aburrirse puede concebirse como un placer compartido en estos tiempos de vértigo.