nas veces para bien, otras para mal, pero sigue habiendo vida más allá de la pandemia del coronavirus. La naturaleza por tierra, mar y aire sigue su curso como siempre y también la humanidad. El mundo no se ha parado aunque pueda parecer lo contrario. Solo a nuestro alrededor continúan sucediendo cosas, hechos, vivencias, anécdotas, habituales unas, más extraordinarias otras. Ocurre en casa, en la familia, en el trabajo, en la cuadrilla, en el barrio, en la ciudad... A la par que atendemos los datos, las nuevas medidas, la evolución, los test, el reparto de mascarillas, las propuestas para la vuelta progresiva a la normalidad, el empleo, la actividad económica, las andanzas del virus por el otros países, la vida sigue avanzando entre el paso del tiempo. Y olvidadas durante unas semanas, hay realidades, también dolorosas, que reaparecen en pequeños espacios de los medios entre el magna incesante de noticias, análisis, propagandas varias y predicciones sobre la crisis sanitaria, social y económica. El drama de la inmigración o la crueldad de las incesantes guerras. No es consuelo alguno, pero casi siempre hay imágenes que nos resitúan en un lugar, a veces cercano incluso, donde todo está peor. Las viejas pandemias que asuelan a miles de personas siguen ahí. El barco de salvamento solidario Aita Mari navega por el Mediterráneo con 43 migrantes rescatados en alta mar cuando regresaba a Gipuzkoa. Está a la espera de un puerto seguro que le permita desembarcar a estas personas después de que Malta le negase el acceso. Otro barco alemán con más de 100 migrantes, igualmente rescatados en el mar, está en la misma situación. También esta semana, el Papa Francisco demandaba una tregua mundial a la violencia de las guerras y las persecuciones. No creo que quienes tienen intereses en esos conflictos le vayan a hacer caso alguno. Tampoco se lo hacen miles de los católicos a quienes exige humanidad y solidaridad y miran para otro lado o se van de rezos, misas y procesiones para no darse por aludidos. De hecho, esas guerras han ido a peor, si eso era ya posible, con la pandemia. La falta de medios sanitarios mínimos se suma a una violencia que sigue implacable. El mundo en general sufre ahora el embate de la pandemia, pero la sensibilidad humana de sus dirigentes, sobre todo de quienes controlan los resortes de todos los poderes, y, por desgracia, de una parte de su población, parece inmunizada ante los sufrimientos ajenos. Ni sintiendo el abismo tan cerca cambian su falta de escrúpulos humanos.