uede parecer una frivolidad pero mucha gente ya asocia el principio del fin de la pandemia al retorno del fútbol. Estos fanáticos del pelotón dieron brincos al conocer el retorno de la Liga dentro de una veintena de días. Seguro que descontarán las fechas del calendario en espera del primer partido -con la desventaja de ser a puerta cerrada- en el que ruede el balón. De la categoría que sea, porque hay personas, todos conocemos a más de una, que no concibe la vida sin el fútbol. Muchos lo consideran una simpleza o pasión absurda, un negocio, y puede que no les falte razón, pero yo milito en el equipo de quienes lo ven como una debilidad venial, una liberación adictiva y espectáculo total reflejo de la realidad que nos rodea. Así lo vivimos muchos en esta tierra. Con respeto al rival, alejados de cualquier hooliganismo pernicioso y con roja devoción. Otros sienten pasión por actividades tanto o más banales pero no me digan que no hay jugadas en un partido que tienen tal marchamo de arte, individual o colectivo... Incluso ya hay quien clama por otorgarle la categoría de octavo arte. Tal vez sea excesivo, aunque no hay que desdeñar la función educativa de todo deporte. No es una religión al uso, pero sí la religión del milenio. Así lo entendía el escritor y filósofo Albert Camus al señalar que "todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol.”