l neumólogo Javier Zulueta valoraba en la entrevista que publicamos ayer la importancia de complicar cada vez más el acceso al tabaco. Considera que ampliar las medidas restrictivas ha apartado del hábito a miles de fumadores, con el consiguiente beneficio para la salud. Ahora mismo miro a la redacción y no queda ni rastro de aquella capa de humo que empapaba los techos; también han desaparecido los ceniceros en los que se amontonaban las colillas retorcidas. Los bordes de las mesas coleccionaban manchas amarillas de cigarrillos encendidos como muescas de balas disparadas contra los pulmones propios y los ajenos. Incluso recuerdo a un fotógrafo que presentaba las copias en papel, aún húmedas por los líquidos de revelado, con ceniza de la pava que paseaba pegada a la comisura de los labios. Los periodistas dividían sus dedos entre las teclas de la Olivetti y la calada entre frase y frase. Un nuevo pitillo aliviaba la repetición de llamadas a un teléfono fijo, única opción de localizar a una fuente o a un personaje de actualidad. Y si había que salir al exterior del edificio no era para dar dos caladas sino para comprar tabaco en el bar. La redacción hace años que está limpia del olor a tabaco y son muy pocos los fumadores; y si ha parecido que echaba en falta aquellos humos, se equivocan: en realidad lo que añoro es aquel periodismo.