uestras madres y padres no se cansaron de repetirnos durante nuestra juventud -y más allá- de los peligros de la noche. Así, en genérico. Aunque ellas y nosotros sabíamos que la nocturnidad era un campo de cultivo de sus preocupaciones: el exceso de alcohol, las drogas, la irresponsabilidad personal y social, el atractivo de la pequeña delincuencia y esas malas compañías que sembraban un halo de misterio en nuestras conciencias sobre la idoneidad de nuestras amistades. Con más o menos acierto nosotros hemos transmitido a nuestros hijos las mismas advertencias sobre la noche, territorio joven por excelencia. Ahora, en la era del covid, la noche se ha revelado como una de las principales amenazas para la salud pública y el principal foco de expansión del virus. Navarra ya ha limitado el horario de los establecimientos de ocio nocturno y las aglomeraciones de madrugada tras el cierre de esos locales y los de hostelería siguiendo el ejemplo de otras comunidades, que incluso han clausurado establecimientos. Algunos jóvenes se toman a cachondeo el problema y se creen invulnerables, sin darse cuenta del daño que pueden hacer en su entorno y a la sociedad con conductas irresponsables. A ver si estos irreductibles -y el resto- hacen más caso a las autoridades sanitarias del que muchas veces nos hacen a los padres.