scucho la voz engolada de un popular y fatuo locutor de radio que anuncia que este será (es) "el verano de nuestras vidas". Todo vale para intentar poner una frase concluyente a un anuncio de autopromoción de la emisora, pero habrá que convenir que al creativo le ha cegado el sol. Las cosas no están para muchas fiestas, mejor dicho, para ninguna, y pensar en un verano que siquiera se aproxime a uno de los más mediocres que hayamos padecido, es pura ciencia ficción. Solo pensar en un plan a siete días vista es como completar un sudoku al que le bailan los números. Más aún al programar un viaje por vacaciones. "Me voy al sur, aunque no sé si me dejarán pasar por Madrid", me decía, medio en broma medio en serio, un conocido. Otra de las incógnitas de los viajeros es ¿qué pasa si nos confinan en el lugar de vacaciones porque ha surgido un brote importante? Más dudas: ¿podré entrar en Reino Unido?, ¿y en Noruega?, ¿hago bien yendo a Cataluña? El director general de la OMS ha ido más lejos y ha dicho sin ambages que ahora mismo saber a dónde se va y con quién se va es una cuestión de vida o muerte. Así de crudo. Piénselo mientras hace la maleta. Igual tiene razón el locutor.