Que la visita de Sánchez a Navarra coincidiera con la confirmación pública del acuerdo presupuestario alcanzado entre el Gobierno de Chivite y EH Bildu y que ambos hechos se produjeran horas después de que Iglesias y Otegi anunciaran la disposición de EH Bildu a apoyar también en Madrid los Presupuestos no han sido meras casualidades. En política, nada es casual. El pacto en Navarra estaba cerrado desde la pasada semana y ha sido más importante la escenificación -cómo, cuándo y quién acompañaba a Chivite- que su contenido. Al fin y al cabo, 2 millones de euros en las llamadas despectivamente enmiendas de campanario en unos Presupuestos de 4.464,6 millones no son una cantidad relevante. Con las principales prioridades y contenidos pactados previamente con los socios de Gobierno -PSN, Geroa Bai y Podemos-, diseñados por las urgencias de la pandemia y limitados en el techo de gasto a la espera de los Fondos Europeos, no había margen para más. Es el fondo lo más importante de la situación política de las últimas semanas. Navarra ha sido campo de pruebas de nuevo, pero esta vez para liberar al sistema democrático de uno de los lastres del viejo régimen: las políticas de exclusión institucional por simples intereses partidistas. Al mismo tiempo, EH Bildu ha aparcado progresivamente el cuanto peor, mejor en que basó buena parte de sus táctica y estrategia política histórica en Navarra y Madrid para aterrizar en la política de la influencia institucional. Ya solo le queda resituarse en la CAV. Es cierto que Chivite ha tenido la ventaja de que esa barrera se derrumbó en 2015, cuando el Gobierno de Barkos escenificó con EH Bildu acuerdos presupuestarios e institucionales que se extendieron a numerosos ayuntamientos navarros. Y que ya superó este mismo acuerdo de abstención presupuestaria con EH Bildu hace un año. También que el peso de Geroa Bai en su Gobierno hace de argamasa, colchón y escudo para la propia Chivite y para el PSN a la hora de trasladar a la opinión pública la validez democrática y política de este paso. Sin olvidar la influencia del socialismo navarro ahora en el PSOE. Han sido Santos Cerdán y Adolfo Araiz -y sus viajes a Madrid- quienes han ido limando el alcance político del pacto presupuestario que se negociaba en Navarra. Todo ello, a Navarra Suma le ha pillado de nuevo, como en 2015, fuera de juego y aferrado a los viejos discursos y a estrategias sin utilidad ni recorrido. De hecho, Sánchez contó el jueves, en la votación de las enmiendas contra sus Presupuestos, con 198 votos frente a los 150 que sumaron las derechas. Mucho margen para aprobar los Presupuestos en enero. Y sin descartar a Ciudadanos. Arrimadas sabe que quedarse fuera será el principio del fin. Como le está pasando a Esparza en Navarra. Al margen de las críticas de la derecha y de los restos del naufragio del viejo PSOE, tan airadas como ridículas, Sánchez vislumbra una Legislatura completa. Al igual que Chivite, con esta cómoda mayoría de 30 escaños y decenas de miles de votos más que Navarra Suma. Fracasado el golpismo de guante blanco para tumbar al Gobierno, la pelota está en el tejado de la derecha. A la espera de que UPN repiense su papel en la política foral y de que el PP de Casado asiente su poder interno con un congreso, muy complicado y de resultado hoy incierto para él, por delante. En el arte de la política, hasta lo imposible es posible.