n los últimos meses, han sido numerosas las voces que han alertado del evidente riesgo de que el conflicto del Sáhara termine derivando en una nueva guerra. Analistas, diplomáticos, dirigentes políticos, organizaciones civiles, ciudadanos e incluso representantes del Frente Polisario lo han advertido con especial crudeza, sobre todo a raíz de la ocupación militar que hicieron las Fuerzas Armadas de Marruecos el pasado jueves por la noche en la zona liberada de Guerguerat. El pueblo saharaui lleva 45 años -tras el miserable abandono a su suerte por parte del Estado español- padeciendo una insólita situación de exilio y ocupación militar ilegal de su territorio pese a los acuerdos internacionales y las resoluciones de la ONU. La organización internacional ha sucumbido al incumplimiento de sus propias normas en un caso de fallida descolonización sometido a los intereses de la geoestrategia política y a la explotación económica de los recursos naturales por encima de la voluntad democrática y los derechos humanos del pueblo saharaui. Puede parecer que esos clamores que apuntan a empuñar de nuevo las armas no son sino tácticas de presión negociadora o de propaganda para reactivar la causa saharaui. Nada más lejos de la realidad: crónicas, reportajes y entrevistas sobre lo que ocurre en el Sáhara llevan tiempo -años incluso- advirtiendo de lo que se avecina tras las reiteradas vulneraciones de Marruecos del acuerdo de alto el fuego de hace 29 años y de la incompetencia de la ONU para asegurar su cumplimiento. En los campamentos de refugiados, en la zona ocupada, en los territorios liberados, los jóvenes, las mujeres, los veteranos, el Ejército, los dirigentes... todos hablan de una situación ya insostenible. Muchos de los jóvenes de menos de 45 años no han pisado jamás su territorio. Han nacido y vivido siempre en los campamentos de refugiados. Si, finalmente, tiene lugar la confrontación armada, el fracaso de la comunidad internacional será histórico y de magnitudes desconocidas porque el conflicto se recrudecerá, se enquistará y amenazaría con extenderse. Y todo ello con la solución encima de la mesa: la celebración del referéndum de autodeterminación que ya fue aprobado por la ONU y que la actitud obstruccionista de Marruecos está impidiendo, unas veces con la diplomacia y las más a sangre y fuego, vulneración de los derechos humanos, exclusión laboral y persecución. Pero la responsabilidad de situar de nuevo al Sáhara al borde de la guerra no es exclusiva de Rabat. La pasividad de la comunidad internacional, la irresponsabilidad de la ONU, la dejadez mediatizada por intereses económicos y políticos de España, como último estado colonizador y aún responsable de la descolonización, de Francia, como primer aliado y socio comercial europeo de Marruecos, y de EEUU, como potencia que alimenta el régimen corrupto y chantajista -el control de la migración y del yihadismo son sus falsas promesas- de Mohamed VI.