l mantra aquel de que íbamos a salir mejores del confinamiento duró lo mismo que el eco del aplauso a los sanitarios a las ocho de la tarde. Del confinamiento la mayoría de la gente salió harta, aburrida, con dolores musculares y unas ganas enormes de volver a quedar en los bares. Y así nos ha ido. Pero no quería ir por ahí. La desescalada de las medidas de confinamiento y la apertura de franjas horarios antes del verano provocó que el personal saliera de casa como una estampida de bisontes y echara a caminar para comprobar si la resistencia de sus piernas iba más allá que el ida y vuelta del pasillo de la vivienda. Caminos y senderos recibían un aluvión de paseantes; filas de personas que tratando de guardar las distancias componían una peculiar peregrinación, una cuerda de presos disfrutando de libertad provisional. De aquel hábito ha quedado en este periodo actual de restricciones un afán por las salidas domingueras al monte para llenar el tiempo de almuerzos y aperitivos no disfrutados. Y así, cuesta arriba cuesta abajo, transitan cuadrillas de jóvenes, familias, solitarios, ciclistas y perros con dueño. No solo es en Ezkaba; las aglomeraciones se dan en otros puntos de la Cuenca y de la geografía foral. A mí no me extraña que ante la invasión, jabalíes y corzos tomen las de Villadiego. Conozco personas que huyen del jaleo de Nochevieja y estrenan el año echándose al monte: el próximo 1 de enero, a falta de cotillones, puede haber overbooking.