spero equivocarme claro, pero la insistencia del coronavirus tiene mala pinta. No sé si es aún una nueva fase de la tercera ola o señala ya la llegada de una cuarta ola. La tercera ola ha tenido una menor incidencia que las dos anteriores. Sensiblemente menor. Parece que las actuales restricciones y la puesta en marcha del proceso de vacunación han sido, en ese sentido, pasos efectivos. Pero la realidad es que aún queda mucho recorrido por delante entre contener la expansión del coronavirus y superar los efectos humanos y sanitarios de la pandemia. Las medidas controlan sanitariamente la covid-19 mejor que hace un año y mejor también que en otoño y que a comienzos de año, pero no la eliminan. Y supongo que como respuesta a la nueva incertidumbre que acompaña cada vez que aumentan los casos de contagio llegarán más restricciones, cerca de Semana Santa la próxima semana, en hostelería, comercio, cultura..., además de mantener el cierre perimetral de las comunidades y el toque de queda, que incluso podría adelantarse. Más cansancio social, más malestar ciudadano y más perjuicios económicos y laborales para los sectores afectados. Conforme transcurre el tiempo este de pandemia, todo genera más dudas. A mí también. Hay una resistencia oficial y popular a asumir que el coronavirus ha llegado para quedarse y que la idea-consigna de recuperar aquel tiempo cercano si nos portamos bien es ya vieja. Superada por los hechos. Es mejor pensar en este después en el que estamos y asumir la realidad. Adoptar las mejores medidas y condiciones para convivir con el coronavirus. Con sus contradicciones incluidas. En el proceso de vacunación son evidentes. No sólo con el fiasco de AstraZeneca -se vuelve a utilizar en Navarra tras su suspensión sin una justificación clara siquiera a la opinión pública-, o los criterios de priorización elegidos para vacunar, sino porque los plazos, suministros y planificación están dejando mucho que desear. Imagino que tanto por la propia competencia económica entre farmacéuticas y entre países como por el lastre de la burocracia de las instituciones europeas y por la cada vez más imposible labor de tomar decisiones con un mínimo de cohesión en la compleja UE de los 27. La realidad es que ni Europa ni el Estado ni Navarra tienen las dosis necesarias para cumplir las previsiones. Y eso arrastra todo. También son evidentes las contradicciones en la movilidad. Un desconcierto ridículo. No se puede viajar de Iruña a Zarautz, es un ejemplo, pero se puede ir de turismo a Canarias o si llegas a un aeropuerto internacional cercano, a París, aunque la ciudad lleve cinco meses cerrada. O también de París a Madrid. Se ha avanzado mucho en estos doce meses contra el coronavirus y aun así permanece el mismo estado de confusión y falta de coherencia en muchas de las decisiones y medidas. Una sensación tediosa de consecuencias imprevisibles, sobre todo entre los jóvenes, que invade a la sociedad. Por eso no tengo claro que nuevas restricciones vayan a ser más efectivas de lo que ya son las vigentes ahora. Ese ciclo perverso de abrir y cerrar la vida social lleva un año vigente pendiente del baile constante de datos, gráficos y estadísticas. Un estado de bucle. Sin vacunas y con nuevas cepas, será otro paso atrás más que cada vez hace más difícil avanzar hacia adelante.