na de las claves, sin duda preocupante, del análisis de los altercados que han tenido lugar en el Casco Viejo en las últimas semanas, principalmente el pasado jueves, es la edad de los chavales. Muchos jóvenes universitarios supuestamente bien educados y mejor mantenidos. Botellones, fiestas en pisos y peleas entre cuadrillas ha habido siempre en esta ciudad universitaria. Que se lo digan sino a los vecinos del Casco Antiguo. También la motivación política ha estado detrás de muchas algaradas en calles de lo Viejo que no coinciden precisamente con San Nicolás o San Gregorio. Pero este nuevo vandalismo nos ha pillado de sorpresa. Sabiendo que Iruña no es un caso aislado. Los sociólogos hablan de la "euforia contenida" tras las restricciones impuestas. ¿Será la intolerancia a la frustración la que provoca esta explosión de ira? ¿O quizás hemos educado como sociedad a nuestros jóvenes en el individualismo que asocia libertad con insolidaridad e incapacidad de cuidar al prójimo? ¿Estamos generando desconfianza entre los jóvenes y arrebatándoles la ilusión de ser promesas y garantes de un futuro mejor? ¿O criminalizando al colectivo por los desmanes de una minoría? Son preguntas que una se hace en este arranque de curso tan movido. Reconociendo a su vez las dificultades de estos jóvenes que todavía no han podido volver a sus bajeras o a los que se les ha arrebatado espacios comunitarios sin ofrecer alternativas (gaztetxe de Rochapea). La pandemia ha duplicado por otro lado la población adolescente pendiente de ser atendida en primera consulta en salud mental. Un fenómeno complejo y digno de análisis. Para muchas especialidades.