lguien de su entorno piensa en quitarse de en medio. Tal vez usted mismo. Como esas 200 personas que lo acaban intentando cada día en España. Diez de ellas terminan suicidándose, una cada dos horas y media, más de 700.000 cada año en el mundo. Y aquí seguimos, impasibles como colectividad ante la primera causa de fallecimiento no natural. Como si el 4,4% de la población no valorase matarse al menos una vez en su vida y un 1,5% no lo ensaye fehacientemente. Con independencia de la gravedad de cada problema por separado, pues el suicidio resulta un fenómeno multicausal y pluridimensional en el que pueden concurrir conflictos personales, violencia física, abuso y/o acoso, pérdida de seres queridos, penurias económicas, sensación de aislamiento y un largo etcétera. De ahí que todos seamos potenciales suicidas aun sin pertenecer a grupos vulnerables o discriminados. Y por eso ha llegado la hora de exigir con la vehemencia debida a las instituciones una estrategia de prevención ambiciosa ante semejante tragedia individual y social. Un imperativo global, según la OMS, que debe proveer de asistencia psicológica y psiquiátrica pública suficiente y rauda, a partir de la educación emocional en la escuela primero y de la detección precoz en Atención Primaria después. Para que los profesionales puedan prestar unos cuidados que antepongan las herramientas con las que cada cual pueda salir de su pozo a la farmacología como solución de pura urgencia -cuando no de mera impotencia-, así como para erradicar de una vez el estigma de la enfermedad mental. Stop suicidios pero ya.