El 21 de marzo de cada año se celebra el Día Internacional contra la Discriminación Racial en homenaje a las víctimas de la matanza de Shaperville (Sudáfrica) en 1960, 69 personas asesinadas por la Policía en una manifestación contra el apartheid. Es el día contra el odio a lo que no se conoce y no se quiere conocer. Este año coincide con el creciente éxito electoral de los discursos de extrema derecha profundamente racistas por todo el mundo. El racismo se asienta lo mismo en Europa que en EEUU, en las mugas de Centroamérica o en Asia, Oceanía y África. Siempre hay un otro más débil al que perseguir, maltratar o explotar. Con la proliferación de partidos, simbología y actitudes ultras de discriminación y persecución del diferente, ya sea por el color de su piel, sus creencias religiosas, sus posiciones ideológicas o su lengua propia. También en Navarra, De hecho, en Navarra, SOS Racismo ha insistido en alertar de la existencia de leyes discriminatorias y acusa a las administraciones públicas de ser responsables del 70% de las denuncias por ello de personas y colectivos en 2021. Maya lo intentó, aunque ahora diga que no lo hizo. Le salió mal. Era una mentira más. Un incremento de la discriminación racial en todos los ámbitos sociales, políticos y legislativos, azuzado por un contexto de crisis económica, el malestar social y las incertidumbres que se utiliza para extender el mensaje del miedo y la inseguridad, recortar los derechos sociales y civiles y las libertades de las personas en función de su situación administrativa y aumentar las medidas de represión. Hemos pasado de pisotear los derechos humanos en nombre de la seguridad a hacerlo en nombre de la recuperación económica.

La suma de crisis -económica, medioambiental, sanitaria, energética, guerras, agua, cultivos...-, no sólo consisten en escasez de comida, empleo, agua o vivienda, sino que también ha servido como caldo de cultivo para privación y aumento de la desigualdad y la xenofobia. Aunque todo ello no solo parece importar cada vez menos, sino que esa realidad ya se considera como un problema externo y ajeno. Una molestia de la que es mejor huir y rechazar. Así, el éxito de los mensajes xenófobos y racistas amplía su espacio social y ello requiere no ocultar el debate mediante una actitud pasiva, sino un mayor esfuerzo pedagógico que presente la realidad de los hechos y las acciones institucionales y sociales de protección de derechos humanos. Por ejemplo, con la inmigración como chivo expiatorio, se incide en los aspectos negativos (espacios de marginalidad y delincuencia, efectos perturbadores sobre el empleo, salarios y derechos laborales o problemas de integración cultural o religiosa), obviando su aportación al crecimiento económico, a la convivencia y a la recaudación fiscal. Sin falsas solidaridades demagógicas. Hay que seguir insistiendo. Ni los intereses económicos, ni los bandazos de la realpolitik, ni la grosería ideológica de determinadas posiciones políticas, ni el fundamentalismo religioso, ni el terrorismo, ni la excusa de una supuesta seguridad colectiva pueden anteponerse a la libertad y los valores democráticos que reflejan el compromiso con los derechos humanos. Lean hoy en DIARIO DE NOTICIAS a las niñas y niños de 10 años que ayer fueron diputados forales por un par de horas. Siempre hay luz de esperanza ahí.