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Mesa de Redacción

Joseba Santamaria

Una reflexión inocente

Una reflexión inocente

Nada, todo en orden. Comienza el nuevo curso político. Este verano hay que reconocer la capacidad de las señoras y señores parlamentarios para cumplir con la máxima disciplina el largo tiempo vacacional con que se ha relajado la actividad de la Cámara foral. Eso sí, a cambio han tenido que recorrer como si no hubiera un mañana el periplo festivo por todas las localidades de Navarra. Una sucesión de fotos que demuestran, al menos, dedicación constante a esto de la política. Este año seguramente con más convencimiento de que ese ritual de acudir a fiestas tiene un valor electoral importante, porque llegan los meses que dan paso al final definitivo de la Legislatura antes de los comicios forales y municipales de mayo de 2023. Unos meses que serán intensos. No ya por la actividad legislativa pendiente para este tramo final, una quincena de leyes forales a la espera de aprobación y la necesidad de readecuar el Convenio Económico a los nuevos impuestos que está aprobando el Gobierno central, desde la Tasa Tobin al tributo a las ganancias extraordinarias de las energéticas y la banca, para que Navarra no se vea perjudicada en sus intereses y en su autogobierno. Ya va el Gobierno de Navarra tarde en esto, creo. Sino porque acertar con el diseño y prioridades de los Presupuestos para 2023 se antoja más importante aún de lo que ya es una ley trascendental cada año. La certeza de que llegan un otoño, invierno y primavera incluso con signos evidentes de preocupación para la economía y el consumo, con una inflación que no para de crecer, un riesgo cada vez más real de recesión –una conjunción de factores que puede derivar inevitablemente en estanflación–, y quizá problemas de suministro en la energía y los alimentos, exige unos Presupuestos adecuados para afrontar los retos y necesidades que puedan derivarse de todo ello para la sociedad navarra. Será inevitable que el barullo político partidista asalte de nuevo el Parlamento y la política navarra –las pobres mascarillas abandonadas en una par de naves, un tema secundario, son el primer ejemplo de ello–, pero también será importante dedicar los esfuerzos reales a la solución de los problemas que se avecinan irremediablemente e ir aparcando cuanto antes del debate partidista los habituales asuntos que ocupan las interminables horas de comisiones, sesiones de trabajo, preguntas y plenos de la Cámara. Y también la pugna constante de unos partidos y otros por el protagonismo mediático a costa de cualquier ocurrencia, descalificación o boutade. Se pueden entender las necesidades políticas de los partidos en un momento que ya se vislumbran las urnas en apenas seis meses. Pero no son tiempos de normalidad, sino de nuevo de excepcionalidad. Y en momentos históricos así, más aún cuando las certezas de negros nubarrones son más contundentes que las incertidumbres de lo que pueda deparar el devenir, es más obligatorio que nunca para los responsables políticos la búsqueda y aportación de medidas realistas y eficaces –dejando de lado la tentación habitual de la propaganda inútil–, a los problemas que ahondar en la permanente confrontación de intereses partidistas o personalistas de cada grupo. Sé que es solo una reflexión inocente. Por si sirve.