El freetour no es una practica moderna. Como casi toda actividad promocionada en inglés es una adaptación lingüística de una tarea que se venía desarrollando a nivel local y que ahora trata de llegar al público (en este caso viajeros) a través de internet. Ofrece un servicio gratuito pero, como aquellos viejos rótulos colgados en los bares, se admiten propinas. Requiere de reserva previa y de un guía con un paraguas de color chillón. Antes de que el negocio matrimoniara con las nuevas tecnologías, los guías free ofrecían sus servicios con discreción a la puerta de un palacio, catedral o mezquita. Recuerdo a un pintoresco personaje en Córdoba que todo lo que desconocía de historia lo rellenaba con una graciosa verborrea: confundía los reyes pero contaba muy bien los chistes. Al final de la visita, o de lo que fuera aquello, reclamaba el donativo. Imagino también que fue un técnico de Hacienda quien se percató de que por ahí fluía economía sumergida y ahora los freetours se exponen a la investigación fiscal, ávida de controlar esos ingresos no reglados y aplicar el correspondiente impuesto. Así que además de ofertar la Pamplona monumental, la polémica con los freetours abre el mapa para visitar también lugares clandestinos como apartamentos y viviendas turísticas, además de balcones con vistas al encierro. Difícil mejorar la oferta.
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